Iñaki Makazaga | San Lucas Tolimán, Guatemala 5 SEP 2018 - 08:25 CEST   

Territorios libres de violencia contra las mujeres en Guatemala.

Una red de mujeres indígenas consigue poner fin a la impunidad en uno de los países más violentos del mundo con cerca de dos asesinatos diarios a mujeres

Erreportaia

La violencia contra las mujeres crece en Guatemala no sólo porque sucedan más casos, sino porque por fin se visibilizan. La Fiscalía registró en 2016 más de 943 asesinatos a mujeres, una cifra que aumenta cada año por el esfuerzo de los tribunales especializados en detectarlos y por haber sido uno de los primeros del mundo crear una ley en 2008 contra el Femicidio y otras formas de violencia contra las mujeres. Sin embargo, la ausencia de un gobierno estable hace que la impunidad sigua siendo de más de un 95% y que al elevado número de homicidios haya que sumar 24 violaciones diarias y 8.000 casos anuales de maltrato físico en niñas y adolescentes entre sus no más 16 millones de habitantes.

Ante esta realidad, consolida su lucha un grupo de mujeres indígenas en San Lucas Tolimán (región de Sololá) con el deseo firme de convertir su territorio en un lugar libre de violencia contra las mujeres. Lo que comenzó siendo un movimiento asistencial para víctimas del conflicto armado, ha pasado a constituirse en una eficaz red de mujeres Amludi (Asociación de Mujeres luqueñas por el Desarrollo Integral) que atiende, forma y, sobre todo, acompaña a otras supervivientes ante los tribunales.

Guatemala lucha por generar territorios libres de violencia. Foto: I. Makazaga

La violencia que no se denuncia se naturaliza, repite con insistencia Norma Cutuj, para explicar por qué duerme con el móvil encendido todas las noches. En cualquier momento una mujer le puede contactar para pedir ayuda y tenga que salir corriendo de su casa para frenar esa violencia. Si no les acompañamos, estas mujeres no podrán hacer nada: apenas hablan castellano, no tienen dinero a su disposición, viven en lugares sin jueces de paz, sin policía y en un duro contexto de violencia.  

Mujeres que ayudan a otras mujeres

Pese a todo, esas mujeres saben que no están solas, existe un grupo cada vez más numeroso, cada vez mejor formado, dispuesto a liberarles del horror de la violencia. Y con la denuncia, la mujer comprende que sus vidas pueden cambiar y que otro tipo de relación es posible con los hombres, sean o no de su familia.

“No nos conformamos con la denuncia. Necesitamos contarles a todas las mujeres que tienen derechos y que la ley les respalda”, señalan desde la red de mujeres Amludi

El primer año tan sólo fueron seis las mujeres que se animaron a llamarles. Hoy son más de 83 las sentencias falladas a su favor y cada mes interponen 10 nuevas denuncias. En este proceso han formado a más de mil mujeres entre cursos y talleres de prevención impartidos con la ayuda de la ONGD Solidaridad Internacional - Nazioarteko Elkartasuna. No nos conformamos con la denuncia. Necesitamos contarles a todas las mujeres que tienen derechos y que la ley les respalda, insiste Cutuj orgullosa de la revolución puesta en marcha en su tierra.

Cutuj apenas sabía leer y escribir cuando en 2008 comenzó un Diplomado de Promotores Legales en Violencia de Género. Ahora es una de las siete promotoras legales de la Asociación y un día a la semana está de guardia las 24 horas para atender a quién pueda llamarles. Llevo conmigo todos los casos en una agenda, repaso a diario las leyes y acudo a cada juicio pagando de mi bolsillo los traslados y las dietas.

Hasta el 2008, los proyectos impulsados por la mujer en la región tenían un carácter más asistencial. Muchas entidades nos apoyaban con proyectos para la cría de animales pero a nuestras mujeres las estaban matando poco a poco, aclara Vitalina Díaz, socia fundadora de la entidad y miembro de la junta directiva. En ese año nos juntamos 14 organizaciones en una para formular un proyecto a la Agencia Vasca de Cooperación con la ayuda de la ONG Solidaridad Internacional en el que priorizamos la violencia y la necesidad de divulgar los derechos en las comunidades más pobres: y hasta ahora.

La construcción de un albergue en el que puedan también acoger a las mujeres que necesiten apoyo físico es el próximo reto. Es tan extrema la situación de la mujer indígena que no basta con denunciar, hay que poner más medidas para proteger la integridad de sus vidas. Díaz ha comprendido que las mujeres unidas pueden cambiar hasta los niveles de impunidad y por eso, no piensa desprenderse de ningún sueño. Casi todas hemos nacido en contextos de violencia y muchas pensábamos que era lo normal: nuestras madres la sufrían, nuestros hermanos la ejercían y nuestros maridos podían hacer con nosotras lo que quieran. Y no, no debe ser así.

El primer año tan sólo fueron seis las mujeres que se animaron a llamarles. Hoy son más de 83 las sentencias falladas a su favor y cada mes interponen 10 nuevas denuncias.

La explicación es sencilla pero complejos son los casos que atienden a diario desde Amludi. Díaz sufrió además la peor cara del conflicto bélico. Con los acuerdos de paz, quiso involucrarse para que no cayeran en el olvido las violaciones sexuales, secuestros y desapariciones de otras mujeres. Ahora cada denuncia siento que hace justicia con tanta muerte olvidada. Por eso, se enorgullece tanto de la red creada entre mujeres para atender y acompañar a otras mujeres indígenas que lo necesiten.

Siete son las promotoras legales que acuden a los juicios y tribunales, 40 las formadas cada año para que pasen a engrosar los grupos de autoayuda desplegados en cada una de las 36 comunidades que conforman el municipio. Al año debemos renovar los grupos para que no cedan a las amenazas y presiones de otros hombres y vecinos del pueblo, explica. Y es que los grupos de autoayuda detectan en cada comunidad nuevos casos de violencia y están disponibles para atender la demanda de mujeres que necesiten ayuda.

Onda expansiva contra la violencia

Los docentes, funcionarios de justicia y miembros de los Consejos de Desarrollo locales también han sido invitados a participar de esta red de mujeres contra la violencia. Desde la Fiscalía para la Mujer de la región reconocen que de nada serviría este órgano sin la presencia de esta red de mujeres. De nada me sirve contar con leyes propias, si luego nadie las conoce, ni puede acogerse a ellas”, explica el auxiliar del Fiscal, Edwin Chávez, con dos años y medio de experiencia en el puesto.

 La abogada Marcela Dubón trabajó desde la Secretaría para la Modernización de la Justicia en la creación de una Fiscalía especializada en violencia contra las mujeres.

La abogada Marcela Dubón ha trabajado en el fortalecimiento de las instituciones de Justicia. Foto: Iñaki Makazaga

La red apoya a las víctimas en los interrogatorios con la traducción a las lenguas indígenas y a la vez, acompaña en los traslados desde las comunidades más remotas a los tribunales. Son todo un ejemplo para mí y mis compañeros: el cambio en este país pasa por más mujeres como ellas, remarca Chávez impactado por la fuerza de las mujeres que conforman la red.

En la puesta en marcha de la Fiscalía de la Mujer participó la abogada Marcela Dubón como parte de la Secretaría para la Modernización de la Justicia y ahora colaboradora de la organización para temas jurídicos. Si queríamos avanzar en la lucha contra la violencia machista debíamos fortalecer una Fiscalía especializada en esta región pero sin una red real de apoyo en las comunidades más rurales, no era efectiva del todo, explica orgullosa de su trabajo y de la existencia de Amludi para hacer efectiva la existencia de las leyes.  

 “Cuanto más pobre, más compleja es la violencia”

“Mi marido me pagaba tanto que hasta me provocó un aborto”. A Concepción, nombre cambiado por seguridad, los golpes de su marido le dolían tanto como los desprecios de su suegra con la que compartía la casa. Y al posible abandono familiar si denunciaba, se unía también el abandono de sus propias hermanas por no aguantar. Concepción tiene ahora tres hijos a su cargo de 13, ocho y tres semanas de edad. Su marido está actualmente en la cárcel, cumple cinco años de condena por abusar de un menor varón de 13 años en su propia casa. Ella no denunció, fue el padre del menor quien también pidió para ella pena de cárcel. Con ayuda de un primo que está en los Estados Unidos pudo rehuir la prisión al pagar una fuerte multa. Durante el último año ha recibido el apoyo de Amludi y ahora acompaña a otras víctimas de su localidad. “Me invadió una tristeza tan fuerte que no quería ni vivir”. Elsa todavía convive con su agresor. Acude a Amludi una vez por semana para que le atienda una psicóloga y espera con ansiedad la próxima citación del juez. Su padrastro abusa de ella desde hace más de 12 años, tiene ya tres hijos de él y su madre con la que también comparte la casa, lo acaba de descubrir. Ella tampoco ha denunciado de forma directa, ha sido un vecino quien no pudo aguantar oír más los gritos. Él me ha dicho que nunca me va a dejar en paz. Ya no tenga felicidad dentro de mí. Lucho por mis hijos. Por sus hijos lucha también Natividad, tiene tres de tres hombres diferentes. Ninguno de ellos reconoce su paternidad al estar casados con otras mujeres y ella ha pedido a un Juez que le ayude. Estos son los últimos tres caso atendidos por Norma Cutuj como promotora legal de la Asociación Amludi en el área rural guatemalteca de San Lucas Tolimán, departamento de Sololá. Y estas tres mujeres coinciden hoy en la sede de la organzación en busca de ayuda y apoyo.

En estas zonas del país, existe una ausencia tan histórica del Gobierno que las propias organizaciones sociales lo han sustituido y en esta ocasión nos favorece para avanzar. En otras ocasiones, las tradiciones les supone una barrera. Así sucede con la Justicia impartida por los Tribunales Mayas. El gobernador de la región de Sololá, Alberto Chumil, considera que con las leyes ancestrales ya era suficiente.

Nuestra prioridad también es crear un territorio libre de violencia contra las mujeres, enfatiza. Pero desde diferentes ONG de mujeres denuncian la falta de presencia femenina en esos tribunales y el marcado carácter machista de muchos de estos tribunales. En muchas ocasiones, consideran la violencia como un problema doméstico más que de un delito penal, remarcan diferentes organizaciones feministas de la zona a la vez que exigen más mujeres en los tribunales mayas para que su visión también se tenga en cuenta en las tradiciones.

Cuando llegas a una reunión, ningún hombre te saluda. Todos siguen hablando entre ellos. El desprecio se nota en sus miradas y luego te invade una vergüenza atroz a la hora de hablar, relata Julia Mercedes Coroxon, representante desde hace dos años de todas las organizaciones de mujeres en el Consejo de Desarrollo Departamental, para denunciar otra barrera para avanzar en la creación de territorios libres de violencia: el machismo.

Antes de ella hubo otras cuatro mujeres en el cargo y no comprende cómo pudieron aguantarlo. En la capital mueren más mujeres por violencia que en estas zonas rurales pero aquí el machismo nos golpea a diario sin desánimo cada vez que salimos de casa. Es algo cultural: muchos hombres no entienden que podamos dedicarnos a otras tareas. Y el cambio pasa también para Amludi por sacar cada vez más mujeres de sus casas para formarlas y animarlas a liderar sus comunidades.

El trabajo con los hombres

En muchos municipios, los porcentajes tan altos de migración a los Estados Unidos por parte de los hombres, ha puesto en mano de las mujeres los cargos de dirección. San Andrés de Semetabaj es uno de ellos con más del 40% de la población fuera del país. Braulio García Tol es uno de los dos hombres que conforman el consejo municipal junto con otras 10 mujeres. Me mandaron a un taller de sobre Nueva Masculinidad impartido por Amludi: comprendí que los hombres pueden trabajar en casa y las mujeres fuera; que la educación debe ser igual para todos y que cuanto antes se sepa y se aplique esto, antes descenderá la violencia.

En su caso personal, la vida le hizo compaginar las tareas de padre y madre con el resto de hermanos menores sin distinción de sexo. Pero mis vecinos son muy violentos, tanto que muchas veces da miedo hablarles. De todos modos, es conscientes de que el cambio ya ha comenzado, hable o no con ellos: al año tres hombres ingresan en presión en una localidad de no más de 5.000 habitantes.

Los hombres entenderán en la cárcel nuestros derechos

Los que no tienen miedo a hablar claro a quien sea son Valentina Díaz, Norma Cutuj, Marcela Dubón, Julia Mercedes Coroxon y el resto de mujeres de la red de Amludi. La situación exige valentía, las lágrimas nos las dejamos para cuando llegamos a casa. Con cada nuevo caso que atienden, se exponen a recibir nuevas amenazas: Yo iré a la cárcel, pero en la calle nos encontraremos de nuevo. Ellas saben que después no podrán cumplirlas pues volverían a ser denunciados y que muchos familiares de agresores acaban mirándoles con agradecimiento. También son conscientes de que la revolución ha comenzado y no terminará hasta generar territorios libres de violencia contra las mujeres a golpe de denuncia, acompañamiento y, en breve, también de acogida.


“En Guatemala te cruzas con la muerte en cada esquina”

La feminista Andrea Carrillo, miebro de la La Cuerda, relata el coste de ser feminista en el país centroaméricano

Las mujeres en Guatemala debemos pasar de ser víctimas a agentes de cambio, porque otro país es posible. Andrea Carrillo Samayoa (Guatemala, 1979) lleva 18 años ligada al movimiento feminista de su país y en especial a la asociación La Cuerda con el propósito firme de cambiar la realidad de su país, que cerró el 2016 con más de 950 asesinatos de mujeres a manos de sus maridos, de los cuales tan sólo un 5% han sido juzgados. Mi madre me enseñó a vivir con la ilusión de que era posible otra vida sin temer morir cada día, sin que nadie te toque el culo por la calle, ni tengas que oír barbaridades en cada esquina.

Su madre le descubrió La Cuerda y La Cuerda, el feminismo: la herramienta con la que lucha ahora también por evitar más violencia como la que acabó con la vida de su madre hace dos años a manos de un guardia de seguridad. Y esta lucha cansa e incluso agota pero me niego a que nadie más la sufra.

“En cuanto viajo, no dejo de comprobar que existe la posibilidad de vivir sin el temor y quiero esta realidad también para mi país”.

Carrillo tenía 19 años cuando se apuntó como voluntaria en La Cuerda a cambio de que su madre le dejara irse de viaje a Cuba con sus compañeras de universidad. A esos tres primeros meses de voluntariado le han seguido toda una vida. Descubrí otro mundo: conocí gente nueva, comencé a leer y fue todo un chispazo de luz en mi vida.

Puedes leer la entrevista completa a Carrillo en El País. Arriba puedes escuchar su voz durante la conversación con el periodista Iñaki Makazaga.

Giza eskubideak, borrokan