Iñaki Makazaga | Puerto Cabezas, Nicaragua

Huertos para garantizar el futuro de la población miskita de Nicaragua.

Más de 420 mujeres testan una nueva manera de trabajar la tierra para ganar en soberanía alimentaria, acabar con las desigualdades de género y poner fin al abandono en una de las zonas con más recursos naturales del país pero con las mayores bolsas de pobreza

Erreportaia

Un huerto de 12 metros cuadrados ha cambiado la vida de la familia de Leticia Herra. A sus 33 años vive junto a su marido y cinco hijos en el corazón de la selva nicaragüense del Caribe norte. Confía en las cosechas de este año para que su hijo mayor, Daniel, pueda incorporarse a la universidad tras un año alejado de los estudios apoyándola con las tareas del huerto. Durante los últimos tres años, Leticia ha testado nuevas formas de trabajar la tierra en una de las regiones con mayores recursos naturales del país pero con las mayores bolsas de pobreza.

Hoy Leticia repasa sus tomates, pimientos, cebollas y calabazas. También arranca varias yucas y repasa la plantación de bananos. Mientras tanto, su hijo recoge los huevos que han puesto sus cuatro gallinas y da de comer a los dos cerdos que les quedan. “El macho acaba de morir, se han quedado estas dos cerdas viudas”, bromea. Entre el huerto y la plantación de bananos, destaca un invernadero donde guarda nuevas semillas de cada una de sus plantaciones. “Todas orgánicas, testadas en mi huerto y listas para volver a ser cultivadas".

Leticia posa junto a su familia y la de su vecina rodeadas de yucas. Foto: I. Makazaga

De todos los nuevos cultivos, el que más le ilusiona enseñar es la de la flor de Jamaica. A pesar de la poca vistosidad de la planta, de su fruto obtiene vino del que obtiene gran beneficio con su venta. El mercado más cercano está en Bilwi, la capital de la región a dos horas en coche y a su vez separada de la capital del país, Managua, a otras dos horas en avioneta.

Las mujeres recuperan un papel más activo

Leticia ha revolucionado su vida y la de su familia con la puesta en marcha de su huerto, un proceso que le ha llevado tres años y en el que le ha acompañado la ONGD Nazioarteko Elkartasuna – Solidaridad Internacional junto con otras 420 mujeres, en su mayoría de etnia miskita, a las que han capacitado en liderazgo, puesto en red y apoyado para implementar huertos en sus tierras. “No sólo he conseguido terminar con la desnutrición de mis hijos más pequeños, sino que he ganado voz en la comunidad y un papel más activo en mi casa”, resume Leticia.

El proyecto de Solidaridad Internacional arrancó con un diagnóstico de la región para detectar las posibilidades de romper los patrones que generan pobreza, desigualdad y falta de oportunidades para las mujeres y los más jóvenes. Del tamaño de Cataluña y con más de siete parques naturales, la Región Costa Caribe Norte de Nicaragua sufre un 65% de paro con una población de 300.000 personas sitiadas por la pobreza y la falta de oportunidades en plena selva. Más del 50% de la población es menor de 30 años y la mayoría apuesta por migrar para garantizarse el futuro.

El Caribe Norte de Nicaragua tiene el tamaño de Cataluña y apenas viven 300.000 personas. Río Wawa. Foto: I. Makazaga 

“Durante el diagnóstico analizamos todas las necesidades de las 21 comunidades de la región y concretamos con sus líderes las principales demandas”, explican desde la ONGD. A la vez, detectaron un eje productivo con las tierras más fértiles de la zona dónde se podrían incorporar nuevas formas de trabajo en el campo. “La mujer podría tener un papel más activo y los jóvenes encontrar un desarrollo compatible con la vida en el campo”. Al diagnóstico le siguió un plan de trabajo. Y tras tres años en desarrollo, comienzan a brotar los primeros frutos: más de 420 mujeres formadas en liderazgo, 126 huertos puesto en marcha y 42 nuevas empresarias apoyadas en sus proyectos. En paralelo, otros 420 jóvenes han estudiado una maestría en liderazgo impartida por la Universidad y en su propia lengua miskita.

“Pero no todo han sido éxitos en estos años”, matiza Leticia. De las seis mujeres que comenzaron en su comunidad, Moss, tan sólo ella completó la formación y testó la riqueza de la tierra para cultivar nuevos alimentos. “Ahora mis vecinas se arrepiente y me piden semillas, consejos y tiempo”. Y Leticia encantada se lo dedica. En total, más de 20 vecinas acuden todas las semanas por su parcela para coger experiencias.

A la espera de poner en marcha más huertos

Luisa Amanda es una de sus vecinas interesada en continuar con la formación. “Me desanimé pronto y ahora quiero también que mis hijos puedan ir a la universidad como los de Leticia”, explica. Viven muy cerca pero sus hijos siguen sufriendo la desnutrición severa que golpea a la región por la falta de acceso a alimentos variados. “No sabemos trabajar la tierra, los mercados están lejos y son caros”, explica Luisa.

Junto a la desnutrición, el proyecto también ha buscado impulsar el papel de las mujeres en las comunidades y en el hogar, según explican sus responsables. Durante el diagnóstico, documentaron cómo el 24% de las adolescentes son madres con un 36% reconociendo haber sufrido violencia en su vida. “Las mujeres dejan pronto de estudiar al ser madres y adquieren un papel de cuidado del hogar que les aísla en sus casas”, explica Sonia Megía, técnica de cooperación de INGES, entidad con la que ha puesto en marcha el proyecto Solidaridad Internacional.

Derlis Lamposon muestra su última tarta elaborada con los productos de la huerta y lista para la venta. Foto: I. Makazaga

“Con este proyecto hemos sacado de sus casas a las mujeres, las hemos formado en liderazgo y en el trabajo de la tierra a través de las biofincas o huertos y las hemos puesto en red a través de traspaso de semillas”, explica. Además con los beneficios obtenidos con la venta de los excedentes de los huertos han conseguido impulsar la economía familiar.

Como Leticia, Derlis Lamposon ha visto revolucionada su vida en estos tres años. Ella ha dado un paso más con los excedentes y ha pasado a cocinar alimentos para su venta. Vive en Santa Marta, otro de los pueblos atravesado por la única carretera que atraviesa la región. Y confía en que la dependencia de esa carretera para moverse pueda convertirse en una buena oportunidad para vender comida a los que lo deseen.

Ayer vendió en una mañana, un pastel de carne completo por 130 lempiras, cerca de cuatro euros. Derlis lo cuenta feliz. Mientras lo comenta, trabaja en un nuevo pastel para hoy. Y lo hace en un centro de producción de alimentos puesto en marcha por el proyecto y en el que también trabaja como formadora. Por él pasaran cada mes cuatro mujeres nuevas de su comunidad.

Emprendedoras en mitad de la selva

Durante los últimos tres años, Derlis ha sido la que ha recibido la formación tanto en liderazgo como en la producción de alimentos. “Hemos combinado formación teórica con práctica y animado a todas al emprendizaje en la medida de sus posibilidades: Leticia y Derlis son nuestros grandes casos de éxito”, explican los responsables.

Cada una de ellas tiene propios planes: Leticia vender los excedentes de la flor de Jamaica en forma de vino y Derlis cocinar alimentos con los excedentes de su huerto para la venta en la carretera. Lo que sí comparten es haber conseguido obtener de la tierra la manera de impulsar sus vidas. El futuro del pueblo miskito pasa hoy por aprovechar el potencial de sus recursos e integrarlo en sus vidas.  

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